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VISIÓN INFERNAL
Un toque di a
la puerta, y allí nadie responde.
Un nuevo golpe
ensayo, y allí alguien respondió:
¿Quién
llega a mis imperios, quién toca mis dominios?
el que de osado
llegue sabrá que con cariño,
le ofrezco esta
morada, será esta su mansión.
Con ligereza altiva
abriéronse aldabones
que aquella puerta
asían con íntimo sostén;
me descorrió
su cierre tan criminal morada
y hasta sus interiores
hallé accesible entrada,
cual no la hubiera
hallado en un soñado Edén.
En este acervo
imperio, la voz atronadora
de un amo dominante
dejábase escuchar;
y nada menos
era que aquel que siempre inmola,
al inocente humano
con redes tentadoras
para dentro cautelas
hacerle condenar.
Con espantoso
asombro mi atónita mirada
por todos los
recodos la hice circular;
y vi lleno de
angustia que ingentes llamaradas
colmaban los
espacios de la dura morada,
que unos momentos
antes lográronme brindar.
Vi al crimen cubierto
bajo su oscura capa
que en constante
fuego quemaba sin cesar;
del fuego de
aquel sitio que quema y nunca mata,
tras densas claridades
dejaban ver las lacras
que al alma empedernida
le sangran sin parar.
Las tantas impudicias
entre hartas tropelías
llorosas jineteaban
sobre su gran corcel;
quien siempre
fuera el hombre, que a éstas dio autoria,
para que sediciosas
lleváranle algún día,
hasta el lugar
maldito: Paraíso de Luzbel.
Al robo por sus
fauces, miré que por instantes
entraban gruesas
ascuas de fulminante acción;
y entre fustigaciones
de marchas incesantes
también
vi a la calumnia seguir siempre adelante,
como monstruoso crimen ajeno de perdón.
Miré que
tantas culpas de su infernal justicia
pagaban cruel
sentencia de acuerdo a su accionar;
allí pagaban
tantos ,cual deudas cual primicia,
sus tantos desafueros,
sus odios, su codicia
que arrastran
al humano al negro lodazal.
Y todo era confuso
y todo era macabro;
y entre dantesco
abismo ceñido aquel lugar,
dejaba ver doquiera
el más monstruoso cuadro;
que trajo hasta
mi alma, el más hondo letargo
del que jamás
creyera volver a despertar.
Y cuando hube
cobrado a mi razón perdida
haciendo contorsiones
miré girar allí,
a culpa muy macabra
por mí no conocida;
porque su faz
sangrante se hallaba trancedida,
a causas de sentencia
de estable maldición.
Entre estupefacciones,
yo interrogué ¿quién era?
aquella que en
condena no halló similitud;
y el mismo dirigente
de aquella oscura escena
me contestó
dolido y ahogado por la pena,
a quien tú
ves que arde: se llama ingratitud.
A esta la condeno
con saña razonable
de duro justiprecio
y acervo latigar;
porque ella lleva
siempre, engendros reprochables;
de crimen en
sevicia que clama muy estable,
un acre veredicto
con base en su maldad.
Con esta no me
entiendo, con esta no he podido,
aquí entre
mis dominios llegar a transigir;
ante su oscuro
ataque me siento confundido,
no obstante ser
mis huestes de infames aguerridos
un día
se me hizo arduo llegarla a combatir.
Yo a ésta
le reprocho y a ella le desdeño,
porque con fuerza
opuesta tratóme superar;
a su actitud
siniestra estable le condeno,
porque su savia
es toda de tan mortal veneno
que al alma sensitiva
le logra fulminar.
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