VISIÓN INFERNAL
 

Q:.H:. Carlos A. Vallejo M.
Resp:.Log:. Génesis 33

 

Un toque di a la puerta, y allí nadie responde.
Un nuevo golpe ensayo, y allí alguien respondió:
¿Quién llega a mis imperios, quién toca mis dominios?
el que de osado llegue sabrá que con cariño,
le ofrezco esta morada, será esta su mansión. 

Con ligereza altiva abriéronse aldabones
que aquella puerta asían con íntimo sostén;
me descorrió su cierre tan criminal morada
y hasta sus interiores hallé accesible entrada,
cual no la hubiera hallado en un soñado Edén. 

En este acervo imperio, la voz atronadora
de un amo dominante dejábase escuchar;
y nada menos era que aquel que siempre inmola,
al inocente humano con redes tentadoras
para dentro cautelas hacerle condenar. 

Con espantoso asombro mi atónita mirada
por todos los recodos la hice circular;
y vi lleno de angustia que ingentes llamaradas
colmaban los espacios de la dura morada,
que unos momentos antes lográronme brindar. 

Vi al crimen cubierto bajo su oscura capa
que en constante fuego quemaba sin cesar;
del fuego de aquel sitio que quema y nunca mata,
tras densas claridades dejaban ver las lacras
que al alma empedernida le sangran sin parar. 

Las tantas impudicias entre hartas tropelías
llorosas jineteaban sobre su gran corcel;
quien siempre fuera el hombre, que a éstas dio autoria,
para que sediciosas lleváranle algún día,
hasta el lugar maldito: Paraíso de Luzbel. 

Al robo por sus fauces, miré que por instantes
entraban gruesas ascuas de fulminante acción;
y entre fustigaciones de marchas incesantes
también vi a la calumnia seguir siempre adelante, 
como monstruoso crimen ajeno de perdón. 


Miré que tantas culpas de su infernal justicia
pagaban cruel sentencia de acuerdo a su accionar;
allí pagaban tantos ,cual deudas cual primicia,
sus tantos desafueros, sus odios, su codicia
que arrastran al humano al negro lodazal. 

Y todo era confuso y todo era macabro;
y entre dantesco abismo ceñido aquel lugar,
dejaba ver doquiera el más monstruoso cuadro;
que trajo hasta mi alma, el más hondo letargo
del que jamás creyera volver a despertar.

Y cuando hube cobrado a mi razón perdida
haciendo contorsiones miré girar allí,
a culpa muy macabra por mí no conocida;
porque su faz sangrante se hallaba trancedida,
a causas de sentencia de estable maldición.

Entre estupefacciones, yo interrogué ¿quién era?
aquella que en condena no halló similitud;
y el mismo dirigente de aquella oscura escena
me contestó dolido y ahogado por la pena,
a quien tú ves que arde: se llama ingratitud.

A esta la condeno con saña razonable
de duro justiprecio y acervo latigar;
porque ella lleva siempre, engendros reprochables;
de crimen en sevicia que clama muy estable,
un acre veredicto con base en su maldad.

Con esta no me entiendo, con esta no he podido,
aquí entre mis dominios llegar a transigir;
ante su oscuro ataque me siento confundido,
no obstante ser mis huestes de infames aguerridos
un día se me hizo arduo llegarla a combatir.

Yo a ésta le reprocho y a ella le desdeño,
porque con fuerza opuesta tratóme superar;
a su actitud siniestra estable le condeno,
porque su savia es toda de tan mortal veneno
que al alma sensitiva le logra fulminar.
 
 
 

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