MI
RELIGION
(Anónimo. Orginal de Cuba)
Entré a la iglesia: espiral de humo
que despedía el oloroso incienso,
la mística expresión de las imágenes,
del sacerdote el reposado acento;
los imponentes cánticos sagrados
y de los fieles el ferviente rezo,
lograron despertar mi alma dormida
y conmover mi espíritu un momento.
Luego observé la cúpula gigante,
las naves majestuosas en el centro,
las latas columnatas, las volutas,
archivolutas, calados, arabescos;
los cincelados cálices de oro,
los altares de mármol y azulejos...
Y ante aquel deslumbrante panorama,
dejé,
callado y pensativo el templo.
Salí a la calle, multitud de seres
de miserable y repugnante aspecto,
la piedad de los fieles imploraban
con
frases y quejidos lastimeros.
Al ver sus vestiduras haraposas,
ojos vítreos y rostros macilentos,
sentí frío en el alma y negras dudas
surgieron
al instante en mi cerebro.
¡Cómo!, pensé, tanta miseria en torno
y tanto lujo, tal riqueza adentro...
¿Esta es la religión de Jesucristo,
aquel divino y sin igual maestro?
Abrí la historia, en sus brillantes páginas
quise a mis dudas encontrar remedio,
mi razón ilustrar, buscar ansioso
la
religión, el culto verdadero.
Mas, ¡ah! que al ver las numerosas guerras
producto de fanáticos empeños,
la expulsión de los Moros y Judíos,
la horrible abjuración de Galileo,
el suplicio de Bruno y las matanzas,
la vista con horror quité del libro
y
ya no pude seguir leyendo.
¡No!, no es así como hasta Dios se llega,
¡No!, no es así como se gana el cielo.
Leí el Corán, su sensualismo impuro,
su ciega fe, su fatalismo necio,
su peregrinación, su guerra santa,
mi
desdén solamente merecieron.
Compadecí al muecin sensual y rudo
y en los Vedas busqué culto más serio;
tampoco allí pudo saciar sus ansias
mi
corazón de la verdad sediento.
¿Qué culto es ese que al Brahman adora
y al Sudra trata como esclavo abyecto?
De Vishnú las victorias celebradas
por dulces Bardos en hermosos versos,
de Zaquiamuni la moral sublime
y de Manu los regios preceptos
si pueden alargar la fantasía no inspiran religioso sentimientos.
Vi el Zend-Avesta, su moral augusta
consuelos dulces infiltró en mi pecho;
pero ni Ormuz me aprecio adorable,
ni en Ariman hallar puede consuelo
y así las horas sin cesar pasaban,
así volaba sin cesar el tiempo;
siempre la duda en mi interior, sombría,
siempre en mis labios el desdén eterno,
pues ni la ciencia del sapiente Focio,
ni las reformas del audaz Lutero,
ni las doctrinas de Valccio y Zwinglio
lograron
despertar mis sentimiento.
¿Cómo se adora a Dios?, me preguntaba,
y hallaba la respuesta en el silencio.
Estudié, medité, pero una noche
al pórtico llegué de un nuevo templo,
erigido a la Gloria del Grandioso
Artífice
Creador del Universo.
Dos hermosas columnas se elevaban
por encima del mosaico pavimento,
y sobre las paredes encendidas
como rico dosel se alzaba el cielo;
la luna hacia la izquierda iba surgiendo,
y entre las nubes de nácar se entreveía
de
mil estrellas el fulgor misterio.
Tres estatuas de pié simbolizaban
la fuerza, la belleza y el talento
y en medio del salón, se alzaba humilde
un reducido Altar de pobre aspecto;
sobre el Altar un libro y sobre el libro
un Compás y una Escuadra sobrepuestos;
en nutridas hileras apilados
a un lado y otro multitud de obreros,
que hermanos se llamaban en el nombre
del
Supremo Hacedor del universo.
Y lo que más impresionó mi alma
fue ver al blanco, al mongol y al negro
juntos allí sin distinción alguna,
sin más blasón que el de sus propios méritos.
¿A quién se adora aquí?, pregunté ansioso
y una voz respondióme de allá dentro ,
"Aquí se adora la Virtud. El vicio,
proscrito está de nuestro augusto templo".
"Aquí se enseña al ignorante humilde
y
al ambicioso se le humilla presto".
"Aquí a los pobres se socorre al punto,
aquí a los tristes se les da consuelo
y espadas mil a defender se aprestan,
la Razón, la Justicia, el Derecho".
"La religión aquí no es fuerte valla,
la política aquí no es duro freno;
vamos a Dios por la Razón augusta
y hacia la Libertad con el ejemplo".
Calló la voz. Un resplandor sublime
las sombras disipó de mi cerebro,
y di gracias a Dios, que al fin hallaba
La Religión: El Culto Verdadero.
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