DEL GRADO 34 EN LA MASONERÍA
 

 

 Q:.H:. EUSTASIO CIFUENTES JIMENES
  Resp:.Log:. TOMAS CIPRIANO DE MOSQUERA No. 9

Que venerar la virtud y la humanidad y aprender el amor a uno mismo y a los demás, sea siempre nuestro primer deber. Massi 

Posiblemente todos nosotros hemos oído hablar del grado 34 masónico que el General Tomás Cipriano de Mosquera se adjudicó a sí mismo dentro de la Masonería Colombiana. Sin embargo, en reconocimiento de nuestra Respetable Logia, vale la pena recordarlo como inicios a la conmemoración de sus 65 años de fundación.

Como muchas cosas buenas, la Venerable Hermandad entró a la Nueva Granada por la puerta de Cartagena donde, en 1.833, se fundó la primera Logia Masónica que hubo en el país con el nombre de "HOSPITALIDAD GRANADINA", y se constituyó en Supremo Consejo de la Institución. De esta matriz salieron todas las otras asociaciones masónicas colombianas, y por ello el Supremo Consejo Neogranadino de Cartagena, así como los Soberanos Grandes Comendadores de éste, fueron reconocidos siempre como la máxima autoridad masónica en toda Colombia hasta 1.938 cuando se firmó un tratado de Fusión que trasladó la sede principal de la organización a Bogotá.
 

Recordemos que en 1.860, el general Mosquera, siendo Presidente del Estado del Cauca, separó a éste de la Confederación Granadina, y se lanzó a la guerra contra el Gobierno legítimo de ésta, que presidía el Dr. Mariano Ospina Rodríguez. Pero para poder avanzar contra Bogotá necesitaba tener cubiertas las espaldas y esto fue lo que consiguió cuando, en el 10 de Septiembre de aquel año, celebró un pacto de unión con el General Juan José Nieto, quien, además de Presidente del Estado de Bolívar, era al propio tiempo Soberano Gran Comendador del Supremo Consejo Neogranadino. Nieto, lo mismo que Mosquera, había ya separado a su estado de la Confederación y después de varias campañas militares triunfantes, dominaba todo el territorio de la Costa Atlántica, desde la Guajira hasta Urabá. De modo que, la unión entre los dos jefes aseguraba prácticamente el triunfo de la revolución.

Pero entre Nieto y Mosquera existían diferencias de tiempo atrás. Los dos caudillos, el costeño y el caucano, se odiaban en el fondo, cordialmente; luego aquella unión, era puramente coyuntural. De tal manera que ya durante el mismo desarrollo de la guerra, recomenzaron las divergencias entre ambos. Mosquera, claro está, llevaba las de ganar en las disputas que surgieron (y en las que plasma el valor y la dignidad con que Nieto se defendió y desafió las embestidas de su adversario, entonces en el ápice de su poderío civil y militar); pero, en cambio, Nieto lo tenía bajo su mando en el campo de la Masonería, que había sido el alma de la triunfante revolución y esto desazonaba y le era insufrible al soberbio payanés.

Entonces, fue cuando, para soltarse del cabezal con que Nieto lo tenía agarrado, se le ocurrió fundar un "NUEVO ORIENTE"; y, en 1.862 hallándose en Ambalema, creó por su cuenta una nueva Orden Masónica y la llamó "ORDEN REDENTORA Y GLORIOSA DE COLOMBIA" que tendría entre otras, autoridad para otorgar el grado 4º a los "VARONES EMINENTES APOSTOLES DE COLOMBIA"; el grado 21 a los "SABIOS AMIGOS DE LA REPUBLICA"; y, finalmente el grado 34, que estaba reservado para los "ACRISOLADOS AMIGOS DE COLOMBIA", y de una vez se lo otorgó a sí mismo.

Como era natural, este cisma conmovió a las columnas del masónico templo, y puso en guardia al Soberano Gran Comendador de Cartagena, Juan José Nieto, quien no solo protestó en seguida por la gravedad de aquel movimiento separatista, que pretendía otorgar un grado superior al grado 33, símbolo de la edad de Cristo, sino que prohibió que ningún otro hermano ingresara al herético Oriente, y rechazó con indignación el grado 34 que Mosquera, hábilmente, se hizo conceder.

Este conflicto entre hermanos masones y especialmente entre sus dignidades, despertó ecos que aún resuenan en nuestro tiempo, y no concluye sino con la caída del General Mosquera en 1.867.
 

Sus repercusiones todavía se ven en nuestra Orden.

Plancha preparada de un texto de Eduardo Lemaitre y de Historia de la Masonería Colombiana, de Américo Carnicelli. 
 

 

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