ELEGIA UNIVERSAL



 

Q:.H:. Néstor Madrid Malo
 
 
 

He aquí tan sólo muertos, cadáveres

abandonados,

sobre la tierra revuelta, socavada

por arados de infamia.

Hombres muertos, caídos

en agónicos gestos

o en extrañas volteretas de angustia.

Todos con un mismo, frágil corazón

tremolante,

con iguales y azules amores en el pecho,

con semejantes ensueños y tristezas.

Y sin embargo, vanamente desangrados

siniestramente sometidos,

a la tremenda siega de cabezas,

por esta o aquella cosa miserable.
 
 

He aquí los muertos, los solitarios

muertos

de las guerras, en sus trágicas posturas,

de sus vastos montones insepultos.

Muertos que han gritado su queja

postrimera

en idiomas, en alaridos diferentes;

con trapos e insignias desiguales,

cual sucias etiquetas de alguna

mercancía

a un tétrico viaje por siempre encaminada.

Muertos de esta tierra, de la otra,

de una ciudad, del campo;

muertos que han cruzado mar y aire

en una fatal trayectoria de cadáveres.
 
 

Muertos entre la lluvia y el lodo de

Flandes,

sobre la nieve rusa o finlandesa;

muertos calcinados del desierto en Libia,

o sobre la yerma tierra de Castilla;

húmedos muertos del océano, de los ríos,

aéreos muertos del viento y el espacio.

Estáis aquí presentes, confundidos

en siniestro hacinamiento,

en terribles pirámides de angustia

hasta el cielo levantándose.

Muertos por el odio tan sólo distinguidos

como muertos propios o ajenos.
 
 

Pues, no hay estos o aquellos muertos.

Hay unos solos, lívidos muertos

cercenados,

hombres que ya no son, corazones

detenidos

por idénticas manos homicidas:

muertos alemanes que ya nunca verán

sus tilos,

muertos franceses que no beberán su

vino,

ingleses muertos que no mirarán sus

prados,

muertos rusos que no bailarán sus

danzas,

y americanos que no alegrarán sus

casas.

(Una misma, preciosa parte de la

armonía del mundo,

destruida y apagada por horrorosos

sones).

Porque: ¿puede en un país, por enemigo,

ser el dolor menos dolor y menos grande?

¿Es el amor de una criatura

menos amor, acaso, por extraña?

¿Son unos muertos menos muertos que

los otros,

porque hayan caído en sitios diferentes?

¿Acaso tiene la muerte sus fronteras

en el Rhin, en los Vosgos o en los Alpes?
 
 

Yo digo: todos son muertos y por tales,

son todos nuestros muertos y son

grandes.

Lo mismo es la tristeza de una novia que

llora

en América, en Prusia, en Escocia, o en

Bretaña;

exacta es la amargura de las madres del

mundo,

pues es la tierra toda la que sufre y

solloza.
 
 

Todos esos cuerpos contraídos,

esos huesos blanqueando a la luz de la

luna,

esa carne deshecha, en minucioso

reintegro

a la alquimia primaria de la tierra

desnuda,

fueron hijos, amantes, hermanos,

sustancia amorosa, sencilla

ahora sin forma, sometida

a un odioso y absurdo derrumbe.
 
 

Muertos, muertos son tan solo.

Ni extraños ni propios; solo muertos.

Y por tales, son tan nuestros los ajenos,

como propios para otros nuestros

muertos.



 

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