CARTA A UN DROGADICTO
 


 

Sería absurdo afirmar que el Masón es un tipo perfecto de hombre moral, pues como ser humano que es, está impregnado de las cosas inherentes a esa naturaleza.

Su gran mérito consiste en estar en una permanente lucha continua para vencer sus pasiones. Es por eso que cuando llega a la meta de su vida y se vuelve a confundir con los misterios de donde procede, los que seguimos deambulando sobre la tierra miramos analíticamente el valor de sus actos, extractamos las cosas buenas que en él ejerció la Masonería y aprovechamos también la experiencia de sus errores para nuestro propio beneficio.

Es pues preciso luchar de manera continua por la purificación y el progreso del propio ser, atendiendo a que la salud física y espiritual de cada individuo depende de la salud de la gran colectividad humana. Ahora bien, la alegría, nuestra fuerza, nuestra sabiduría y nuestro poder, son prestados de manera temporal y los hemos recibido para ponerlos al servicio de todos los que nos rodean y de los que han de vivir en el futuro, tal y como para nosotros los prepararon los que ahora son pasado.

He querido hacer esta introducción, porque revisando papeles personales me he encontrado con una carta que hace diez años le envié a un amigo del alma, con el cual me unen lazos de hermandad sincera y quien estaba sumido en el vicio de la droga. Analizándola hoy, he encontrado en ella profundos principios Masónicos, que deseo compartir con vosotros.
 
 
Bogotá, Agosto 18 de 1.989
Querido hermano:
Muchísimo he pensado sobre la forma de dirigirte esta carta: al final he concluido que solo puedo hacerlo con el sentimiento que nos une y con los inmensos dolor y rechazo que me producen las conductas que la motivan. 


Ciertamente causa tristeza el deterioro al que te vemos sometido, todo por culpa de tu falta de entereza y propósito.

Varias reflexiones llegué a hacerte cuando veía que tenías problemas con el alcohol. Me temo que ellas, tan bien intencionadas como han de ser las de un amigo que contigo siente lazos de hermandad, de nada sirvieron pues pasaste de un mal a otro peor.

Se me comprime el alma, y viene a mi memoria el recuerdo de tus padres y de los míos, cuando te veo en estas tristes condiciones. Ni siquiera los intentos que haces por disimular, logran vencer el agotamiento que muestran tu voluntad, tu inteligencia, tu cuerpo y tus ojos. Algunos que desconocen esta situación dicen que los tragos te toman para sí muy rápido: qué lástima que la ingenuidad les impida conocer la magnitud del problema!
Tú, que en tu vida has adoptado determinaciones que han cambiado el rumbo aún con criterio no coincidente con el de otros, en este momento tienes quizás el reto mayor: salvar tu horizonte a cambio de entregar tu historia a la perdición y a la censura de las personas a quienes más te debes: tus hijos.


El sentirme anímicamente cercano a ti me impele y obliga a hacerte estas duras precisiones: no quiero que mañana me recrimines por no haber advertido qué tan rápido te acercabas al abismo.

Muchísimo me duele reconocer la verdad de estos hechos. Conociéndote como te conozco nunca creí que tu carácter fuera a debilitarse hasta permitir la pérdida de tus valores, de tu futuro, de tus responsabilidades y de tu personal estima.

Bien sé de la férrea formación que te imprimieron: a fe que la conocí; con orgullo la aplaudo y al Gran Hacedor del Universo ruego que te sirva como base de impulso para iniciar el vertiginoso e inmediato ascenso hacia tu salvación y de la de tu nombre.

Con todo el sentimiento que profeso por ti te invito a reflexionar acerca de la inmensa equivocación que estás cometiendo. Pasan los meses e infortunadamente registramos tu continuación en ese asqueante mundo.

No puedo aceptar que una persona a quien quiero, termine su paso por la vida de una manera vil, ruin e inútil. Si no tuvieras inteligencia, capacidad, responsabilidades, esperanzas y deberes para con los tuyos, no te estaría dirigiendo estas líneas.

De mi parte tienes todo el apoyo. Más él, no puede confundirse ni con el consentimiento ni con la consideración para una condición que sólo merece reprobación y exigencias de cambio.

Cuenta conmigo si ello te sirve para abandonar ese bajo y mísero fondo. Si no lo haces, veré perdida la vida y el futuro de quien la historia y los sentimientos me pusieron como hermano.

No sé qué pienses al leer esta nota. Pero he de decirte que al prepararla siento anudada mi garganta, el corazón en las manos y la fe puesta en el Hacedor Supremo para saber que diametralmente cambiarás tu comportamiento.

No legues a quienes te queremos un triste y desaprobado recorrido. Estás a tiempo para rectificar tu error: tienes con qué y tienes por qué.

No pierdas la oportunidad que el Ser Supremo te dio de vivir: aprovéchala y haz de tu existencia una llena de realizaciones, basada en tus inmensas capacidades, en tu fulgurante inteligencia, en tu magnífico don de gentes, en tu fabulosa condición humana y en el muy profundo sentimiento de quienes te rodeamos.


A éstas líneas no espero tus palabras. Sólo me sirve tu comportamiento, que puede ser uno solo: el que tu estirpe y formación te obligan a tener.

Además de plasmar estas ideas para ti, he decidido hacerlas conocer de Teresa y de Ana María, con quienes ya he tratado personalmente el preocupante asunto. Nada me interesa qué pienses sobre estas conductas que he decidido asumir: pero sí debo advertirte el por qué de ellas: por ser éstas las mujeres que se han desvelado por ti, quienes te han dado todo cuanto les has demandado, quienes te han servido de ejemplo y de impulso y para quienes, además de tus hijos, debes pensar y actuar. Son ellas entonces las llamadas a saber de tu situación y a esperar tu recuperación.

Al terminar esta carta la he leído varias veces. La encuentro descarnada, fuerte y terminante, mas he decidido dejarla así pues demando tu criterio y reflexión para que salgas de esa delesnable condición. No es que crea que estás sumido en la impotencia ni hundido en la perdición, no. Bien sé que no has perdido la conciencia ni el criterio. Mas, si no actúas a tiempo, verás ido no solo eso sino la voluntad de quienes te acompañan.

En un momento pensé que podrías decir que no me incumbe tu vida y que no debo adentrarme en estos delicados puntos. Si así ha sido, déjame decirte que estás más errado aún: tu vida es la mía y como tal me duele.

Recibe mi estrecho abrazo, hermano del alma.
CARLOS ALBERTO VALLEJO
 

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